La Silla Vacía en Navidad: Historia Real de Amor Eterno (2025)

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La Silla Vacía: Una Historia de Amor que Vence a la Muerte

¿Qué harías si el amor de tu vida se va? Una reflexión necesaria para esta Navidad.

Cada tarde, cuando el sol comenzaba a teñir de naranja el cielo de Cracovia, una escena se repetía en el Parque de los Cedros con la precisión de un reloj suizo. Una mujer, de unos setenta años, piel curtida por el tiempo y abrigo gris desgastado, llegaba arrastrando un pequeño carrito.

Con movimientos lentos pero decididos, sacaba dos sillas plegables. Las colocaba frente al lago, siempre en el mismo ángulo, siempre bajo el mismo árbol desnudo por el invierno. Se sentaba en una. La otra, a su lado, permanecía vacía.

La gente pasaba, la miraba de reojo y murmuraba. Algunos pensaban que estaba loca; otros, simplemente sola. Pero nadie se atrevía a preguntar por qué guardaba ese lugar con tanto celo. Nadie, hasta que llegó Karina.

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El Misterio del Asiento Vacío

Karina, una joven ilustradora que buscaba inspiración entre las hojas secas, llevaba días observándola. La curiosidad pudo más que la prudencia.

—Perdone... —preguntó con timidez, acercándose—. ¿Está ocupada esa silla? ¿Puedo sentarme?

La anciana levantó la vista. Sus ojos eran claros, limpios, sin rastro de locura.

—Claro, hija —respondió con voz suave—. La silla está para eso, para ser ocupada.

Karina se sentó, pero la duda seguía ahí. —¿Entonces no espera a alguien en concreto?

La mujer sonrió con una ternura infinita y miró hacia el horizonte, donde el sol se hundía en el agua.

"Sí lo espero. Pero esa persona no puede venir caminando. Él llega con el viento, con la luz de la tarde, con el recuerdo."

Karina sintió un nudo en la garganta. —¿Su esposo?

—Mi marido —afirmó ella—. Pasamos cuarenta y ocho años sentados justo aquí. Él decía que los atardeceres eran "el sonido de Dios cerrando suavemente la ventana del mundo". Murió hace tres años.

—¿Y por qué sigue trayendo la silla? —insistió la joven—. ¿No le duele ver el espacio vacío?

—Al principio sí. Sentía que el vacío me tragaba. Pero luego entendí algo importante: Los duelos no se curan encerrándose en casa, hija. Se curan volviendo a los lugares donde fuimos felices.

La Lección de Aldona

Durante las semanas siguientes, Karina acompañó a Aldona cada tarde. Descubrió que la anciana había sido profesora de literatura y que tenía una risa contagiosa.

Una tarde de diciembre, el frío calaba los huesos. Aldona llegó respirando con dificultad, arrastrando los pies.

—Aldona, hace mucho viento. Deberíamos irnos —dijo Karina preocupada.

—No, hija. La vida te enseña que no puedes mover tus recuerdos a un lugar más cómodo. Tienes que sentarte donde importó.

Karina la miró y, con el corazón encogido, preguntó lo que temía: —¿Y si un día usted no puede venir?

Aldona la miró con una paz absoluta.

—Por eso vengo ahora acompañada de ti. Y de cualquiera que se siente. Porque algún día, cuando yo no esté, quiero que esa silla siga ahí. Quiero que le recuerde al mundo que siempre hay un lugar para quien ya no puede venir, pero que nunca se ha ido del todo.

✦ • ✦ • ✦

Al día siguiente, Aldona no llegó.

Karina esperó una hora. Luego dos. Finalmente, el vigilante del parque se acercó con el sombrero en la mano.

—¿Busca a la señora de las sillas? —dijo en voz baja—. Falleció anoche en su sueño. Encontraron una nota en su mesa: "Que nadie quite la silla vacía. Es para todos los ausentes."

Karina sintió que las piernas le fallaban. Pero respiró hondo, secó sus lágrimas y caminó hacia el lago. Abrió las dos sillas. La suya... y la de Aldona.

Se sentó y cerró los ojos, escuchando el atardecer.

El Lugar de los Ausentes

(En memoria de Aldona)

Dos sillas miran al lago, cuando el sol se va a dormir, una guarda mi cansancio, la otra espera por ti. No es que estés, ni que te hayas ido, es que el amor tiene un lugar, donde el silencio no hace ruido y se aprende a recordar. "Es Dios cerrando la ventana", decías al ver el atardecer, y aunque hoy me duela el mañana, aquí me vuelvo a sentar. No guardo un hueco de tristeza, ni un espacio para el dolor, guardo el sitio de la certeza de que fuiste mi gran amor. Y si un día mis pasos fallan y al parque no puedo volver, que la silla vacía no calla: que aquí se amó, y se amó bien.